Hablar de la nada es prácticamente imposible. Se debe recurrir siempre a un astuto juego de lenguaje, que pueda al menos nombrarla sin mirarla de frente, pues correría la nada la misma suerte de quien ve a los ojos a medusa, se petrificaría y se convertiría en un ente, dejando de esta forma su esencia de nada.
De igual forma compartirá la suerte de la mujer de Lot, quien arrebatado por la angustia, voltee a observarla para intentar comprender la amarga sensación de frio y vacío que deja la nada. Cuando no sea ella misma, calma o apatía, estéril esperanza de lo que nunca llegará.
Todas las culturas se han preguntado por la nada, han buscado dentro de los entes la presencia de la nada. Este es el caso del Taoísmo, que reflexiona acerca de la presencia de la nada en el capítulo XI del TAO TE CHING donde habla de la utilidad de la nada:
“Treinta rayos convergen hacia el centro de una rueda, pero el vacío en el medio hace marchar el carro. Con arcilla se moldea un recipiente, pero se lo utiliza por su vacío. Se hacen puertas y ventanas en la casa y es el vacío el que permite Habitarla. Por eso, del ser provienen las cosas y del no-ser su utilidad.”[1]
La nada pertenece al ser, ella lo configura, sin ella no existe el ser. Y es eso precisamente lo que dificulta que se pueda percibir fácilmente. Y que solo se revela en circunstancias especiales.
Nietzsche también encaró la presencia de la nada cuando auscultaba ídolos con su martillo; allí descubrió la nada que se oculta en todos ellos, en los que en algún momento de la vida, se corre inexorablemente para ocultarse de la realidad el propio ser.
La nada no se puede presentir, llega como una especie de neblina en medio de la noche que no se puede evitar. Solo la angustia por mantener el control de la situación, nos impulsa a iluminar lo exterior para ver que existe más allá; sin saber que la nada no está afuera, no se puede describir, no se puede percibir como una forma corpórea.
Pero ¿de donde llega la nada?, ¿tiene la nada un rincón oculto en donde acecha?, ¿tiene la nada el poder de llevarse consigo todo ente, toda idea, todo sentimiento, y dejar solo al hombre enfrentado con sus peores miedos, con su propio paradigma?
Heidegger ve la nada como parte del Dasein: “Es únicamente porque la nada está patente en el fondo del Dasein por lo que puede llamarnos la atención la total extrañeza de lo ente.”[2]
Es decir, la nada no es externa al ente, es parte de él, es necesaria la nada para que exista ente. Al meditar acerca de este presupuesto, nos encontramos de frente con la justificación de esta premisa: ¿Qué espacio puede ocupar el ente, si no es necesariamente un espacio vacío?, es decir para que exista un ente, debe tener su propio espacio de nada. No puede existir un ente en el lugar que ocupa otro, debe la nada dar espacio al ente.
La eterna pregunta por la nada, es solo el intento desesperado del ente por conocerla, por entenderla, por poder anticipar su presencia y evitar la angustia de su impredecibilidad. Pero la coetánea existencia de ente y nada, hacen imposible intuir que no son distintas. Como la serpiente que se muerde la cola jamás la pregunta será respondida, pues cuando se pregunta por la nada, quien se pregunta pregunta por sí mismo, solo que no se concibe pues no se reconoce. Es como mirase al espejo y no verse de frente y en su lugar verse por detrás, ver la propia nuca; sospecharse, pero no estar seguro. ¿Cómo dar vuelta a la imagen?. Así es la nada, una parte del ente que a el mismo le cuesta reconocer.
[1] Tao Te Ching, Capitulo XI
[2] Heidegger, M. (1929) ¿Qué es Metafísica?. Alianza. Pag. 41
Foto tomada de: http://thebutterflyssoul.blogspot.com/2010/05/cero-nada.html
